“Se me descarrilaron los sueños”
Amanecí con aquella frase en los
labios, con ganas de decirla o de gritarla, pero sin encontrar el
momento adecuado. Amanecí con la vergüenza en los labios por la noche
anterior, porque estos rozaron un cuerpo cualquiera, abandonado a mi
suerte. Y no pude hacer otra cosa que recorrer mis últimos días
preguntándome cómo había llegado ahí. Pero me encontré que no fue culpa
de los últimos días, ni siquiera de las últimas semanas, sino de los
últimos meses. Había sido una muerta en vida en mucho tiempo. Y un sabor
amargo me inundó la garganta, esa mezcla entre aliento matutino,
alcohol y semen. Me entró una arcada. Era capaz de recordar el sabor de
su sexo, pero incapaz de recordar el mío, mi sexo, ese que tuve antes de
todo ese tiempo muerta.
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